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28 de mayo de 2019

HISTORIAS EN PRIMERA PERSONA

Mañana dialogaremos con Mirta quién nos contara su experiencia al afrontar el cáncer. ROSA MILITANTE Autora: MINERVA La mujer entró al Centro Oncológico, un lugar luminoso y con una decoración muy moderna, donde predominan los colores rojo y blanco. Se sentó a esperar su turno y miró a su alrededor. Mujeres con pañuelos en la cabeza. Caras tristes, preocupadas, grises. Era martes, día de quimioterapia. Sintió una sensación opresiva que no se mitigaba con los rojos amapolines pintados. Ya superada por ella esa etapa, entró al consultorio para un control y habló de sus tantas molestias, que la médica parecía no escuchar. Solo miraba los estudios. - Está todo bien – dijo sentándose frente a la paciente. - Doctora, vivir no es solo estar vivo. - La vida es bella, Estela – le dijo con una sonrisa. - No doctora, la vida no es bella. Yo me ocupé siempre desde muy niña de embellecer todo mi entorno y creo haberlo logrado. Pero no me diga que la vida es bella. Salió del lugar, cruzó por la sala de espera sin mirar, pasó por una perfumería y cuando llegó a su casa se tiñó un mechón de pelo color rosa. Cuando abrí mi Portal de Salud del Hospital Italiano apareció antes de lo esperado el resultado de la biopsia que me habían realizado en mi mama izquierda. Los empecé a leer con el optimismo que siempre tuve, pensando que saldría todo bien. Cuando llegué a poco más de la mitad del informe abandoné la lectura. Hasta ahí no había nada preocupante y me urgía atender a mi esposo que transitaba los últimos meses de un cáncer terminal de laringe, internado en ese mismo hospital. No pensé en los estudios hasta el día siguiente, estaba muy ocupada y lo olvidé. Cuando abrí la computadora para mirar si había llegado algún mail de mis hijos se abrió espontáneamente otra vez el Portal de Salud y decidí leer el resultado con más atención ya que mi marido dormía. Lo iba leyendo minuciosamente y no encontraba a mi entender nada malo hasta que llegué al anteúltimo renglón: “…carcinoma ductal infiltrante”. Palabras terribles. Sentí un hueco en el estómago. No lo podía creer. Después de tres años de tratamiento Estela leyó en el diario que una fundación organizaba una caminata alrededor del lago como expresión de lucha contra el cáncer de mama y sugerían que las participantes llevaran una prenda color rosa o un mechón teñido de ese color. Ella no se había decidido aún, tal vez buscaría entre su ropa algo rosa cuando regresara del control oncológico. Pero cuando volvió de la consulta ya traía una cajita con la tintura. Ahora comenzaría otra forma de lucha contra el cáncer, concientizar a todas las mujeres para prevenir la enfermedad y no abandonar los controles anuales por nada que pareciera más urgente, como le ocurrió a ella, que priorizó los cuidados de la enfermedad de su compañero menoscabando su bienestar y descanso. Y además, ese toque de color quizás embelleciera un poco la vida. Aquel día guardé el secreto ante mi marido. No podía darle esa noticia. Un día después llegó Florián, mi hijo mayor, que venía justamente para acompañarme al médico que leería el resultado. Su llegada significó una contención importante. El habló con los médicos enumerando todas las dudas que fue pensando durante su largo viaje. Allí apareció la otra palabra terrible: mastectomía. La escuché incrédula y con resignación. Ya era muy tarde, tenía dos tumores. El síndrome del cuidador había sido devastador. Se lo dijo Florián al médico, no quiero que mi hermana se enferme por cuidar a mi madre así como ella se ha enfermado por cuidar a su marido. Tal como le dijo Estela a la doctora, toda su vida se había dedicado a embellecer su entorno, desde su aspecto personal y su casa hasta sus actividades laborales. Su vocación por el arte la había llevado cuando jovencita a estudiar Artes Visuales y esa fue la materia de su actividad docente hasta jubilarse. Había ido agregando el Diseño y el Teatro en el transcurso de su carrera. Cuando supo que perdería el cabello a los quince días exactos después de la primera quimio ensayó formas de colocarse turbantes en la forma más bella que pudiese. Cuando llegó el día, con un gran manojo de pelo en sus manos no titubeó en cortar su melena rubia y cubrirse con una chalina floreada. Y así fue como ensayó mil maneras de colocarse pañuelos, combinando colores y formas, mientras soportaba las consecuencias de las aplicaciones de quimioterapia. Ya había perdido a su compañero pero contaba con el amor de sus hijos que estuvieron siempre a su lado. Fueron ellos quienes le raparon la cabeza y quienes además la elogiaban comparándola con una famosa cantante. Nadie me contó cómo se sobrelleva esta enfermedad, ni cómo es la operación, ni el postoperatorio, ni el tratamiento posterior. De eso no se habla. Las personas enfermas no cuentan porque saben que no se las quiere escuchar o quizás por pudor o por la negación a nombrar la enfermedad. Además, nadie en mi gran familia había tenido cáncer. Cada caso ha de ser diferente. Para mí no fue fácil, soy físicamente hipersensible. Después de operada me instalé en casa de mi hija Bettiana que resultó ser la más amorosa enfermera. Ella reforzaba los ejercicios y masajes que me hacía el kinesiólogo para recuperar el movimiento del brazo. Posteriormente me indicaron quimio y radioterapia. La primera quimio fue una revolución familiar, mis hijos querían estar presentes, pero no les permitieron entrar. Al estar ya en la casa me traían helados de agua, jugos frescos de frutas o de verduras, entraban y salían con agua o con variedades de té. Pero con el transcurrir de las horas ya no se soporta ningún sabor, ninguna bebida ni comida. Y en los días posteriores se siente una destrucción interior difícil de explicar. Los sabores que antes eran gratos se tornan desagradables y entonces se buscan otros diferentes, en mi caso me resultaron mejor los amargos. Ahora Estela está marchando con mujeres de todas las edades que llevan algo rosa en su vestimenta. Ella ostenta en su cabeza un mechón de pelo color rosa “militante”. Cuando terminó la caminata hubo actuaciones musicales, suelta de globos, sorteos de regalos, palabras de sensibilización y finalmente los miembros de la fundación fueron informando sobre sus actividades. Estela no conocía a nadie y presenció todo solitaria e indiferente. Había ido sola y cuando finalizó el evento salió caminando tristona rumbo a su automóvil mientras juntaba flores de manzanilla que se colocaba en sus cabellos. Después de las sesiones de quimio sentí tan afectadas mis articulaciones que casi no podía levantarme de una silla y mucho menos llegar a sentarme en el piso. Pero esto no es tan evidente como la caída del pelo y el entorno no lo percibe. Inmediatamente me empezaron a aplicar los rayos que no causan ninguna molestia aparentemente, pero imponen respeto. Y si hay algo que influye en el ánimo es el entorno, todas las personas que ambulan por allí son enfermos oncológicos, que generalmente van sin acompañantes. Hombres cabizbajos, mujeres con gorros o pañuelos que esperan sin mirar a nadie. Yo llevaba gorros tejidos porque ya era invierno y aún no me había empezado a nacer el cabello. En la intimidad de la familia andaba sin cubrirme de tal manera que mi hijo, que usa la cabeza rapada, llegó a decirme “Ay mamá, parecés yo” intentando hacerme reír. Unos meses después cuando ya tenía medio centímetro de pelo me animé a mostrarme en público sin gorros ni turbantes, pudiendo asegurar que la caída del cabello es lo menos importante en esta enfermedad. Y más adelante cuando siguió creciendo decidí que nunca más usaría cabello largo. Ya no era la misma persona. La vida me había golpeado mucho, dos días después de la operación, la muerte me arrebató a mi compañero. En esta nueva vida Estela adoptó un corte de pelo muy moderno y no dejó de teñirse su mechón de pelo color rosa. Lo renueva cada vez que se va decolorando. Y cuando alguien le elogia su look explica que ese color tiene un significado que va mucho más allá de la coquetería, que es parte de una verdadera militancia en pro de la salud preventiva. Hoy he asistido al control oncológico justo al cumplirse cinco años desde la operación y mi mayor molestia es el linfedema en el brazo sumado a los sofocos que arrecian todo el día. La doctora observó con detenimiento todos los exámenes. Con cada uno de ellos iba diciendo “perfecto” con énfasis. - Doctora yo no voy a tener cáncer de nuevo. - Claro, porque hizo las cosas bien. - Es que no tenía opciones. - Debíamos salvar la vida y ahora usted está sana. - Sí. Lo dicen los análisis. Pero yo quisiera sentirme mejor, quisiera ir a una playa y tomar sol sin miedo, quisiera dormir sin las molestias que me incomodan tanto, quisiera viajar sin miedo a pasarlo mal… Quiero despertarme con ganas de vivir porque vivir no es solo estar vivo… - La vida es bella Estela- me dijo con amabilidad una vez más. No la contradije esta vez, la saludé y me fui pensando que si ella no estuviera convencida de eso no podría dedicarse a la oncología.