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23 de marzo de 2024

23M - Nélida Delfina Torriani: la “Chila Alzamora” por Karen Alzamora Arnaudo

23M
Nélida Delfina Torriani: la “Chila Alzamora”.
Marzo es un mes tan cargado de memorias, como de emociones. No sólo por lo que nos ocupa como pueblo, sino en lo más personal.
Mi abuela Chila, como la conocieron y recuerdan hoy cariñosamente, nos dejó un 23 de marzo de 2022. Longeva, a sus casi 93 años. Algo perdida y embebida en sus tantos recuerdos para ella tan vívidos como si otra vez fuera esa niña que jugaba con sus hermanos y sus primas.
La abu nació en Trenel, en la profundidad del campo de la pampa húmeda, en plena crisis mundial, un 16 de agosto de 1929.
Dice el Libro de la familia cristiana que un 6 de septiembre de 1956 se casó con Don Cristóbal Alzamora, con sus recién cumplidos 27 años.
A poco de esa unión, llegó su primer hijo, el tío “Titi”. Luego, unos pocos años más tarde, su segundo hijo: mi papá Jorge. Y desde el ’89, mi hermana y yo.
Como tantas otras mujeres, mi abuela se dedicó a su familia, a ser ‘ama de casa’, a cuidar a sus hijos, a su compañero, a su mamá postrada y a nosotras: sus nietas.
Como tantas otras mujeres, también se dedicó a cuidar de otras familias, a otras niñas y niños, como trabajadora de casas particulares. Así colaboraba con la economía del hogar. Mientras el abuelo y el tío se dedicaban a las labores más pesadas, la Chila se ocupaba también de la administración.
Desde las seis de la mañana, andaba ‘de arriba pa’ abajo, traficando todo el día’, como diría ella. Cada vez que veníamos a visitarla, nos levantaba bien temprano para darnos la chocolatada, nos dejaba jugar un rato y después nos llevaba a recorrer el pueblo entre mandados y trámites. Se pintaba los labios de rojo, se cambiaba el batón por una remera y un pantalón, y se calzaba sus otros zapatos y su cartera y monedero.
Para nosotras, un paseo hermoso. Casa de por medio, parábamos a saludar a alguien más. Siempre con alegría y con orgullo por nosotras. Los mejores ravioles, los mejores tallarines. Si algo la caracterizaba a la tana eran sus pastas de domingo, y esos deliciosos tucos con no menos de tres horas de cocción. Para la cocina, siempre un diez.
Sin dudas mi infancia, nuestra infancia, no hubiese sido tan feliz. Su amorosidad y generosidad fue el mejor legado. Por supuesto, que también el carácter. Porque lo que se hereda, como dicen, no se roba.
Hoy la quiero recordar así, porque también así la recuerdan las tantas y tantos, niñas y niños, que compartieron con ella en su paso por la Escuela Nº 54. Allí fue una portera más, pero no para quienes tuvieron el placer de conocerla. No lo dudo, y no porque fuera mi abuela, sino porque si de algo estoy segura es de su profundo cariño por las niñeces y su vocación de servicio constante, como buena religiosa.
Un 18 de agosto de 1995, a dos días de cumplir 66 años, cesaron sus tareas como portera en la Escuela. Se jubilaba y sus compañeras de trabajo y docentes de la institución la agasajaron con una bonita celebración.
Será que tanto la marcó ese momento de su vida que, en sus últimos días internada en la clínica, su delirio final la hacía ver y saludar a una niña. Me preguntaba por esa niña, la buscaba con la mirada brillosa y algo desorbitada. Le sonreía. Le balbuceaba.
Quizás se estaba buscando a ella, a la que fue y a la que volvía cada vez que perdía el hilo del tiempo. No lo sé. Sólo sé que eso le daba paz.
Gracias por ser mi abuela, gracias por aceptar ser mi madrina. Gracias por quererme y querernos tanto, siempre. Hasta la eternidad mi Chilita hermosa.