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8 de abril de 2024

Los adultos mayores y la conducción

Cada vez son más los adultos de avanzada edad que continúan conduciendo, por la mayor longevidad que alcanza la población en general. Esta situación genera un debate entre los que defienden el derecho de los mayores a continuar disfrutando de la autonomía que les proporciona moverse en su propio vehículo, y los que piensan que no debería permitírseles conducir a los mayores de cierta edad. De acuerdo a la información proporcionada por LUCHEMOS POR LA VIDA los conductores de edad avanzada sufren menos siniestros de tránsito por año que los de edad media. Sin embargo, conducen menos kilómetros, por lo que resulta que sufren más siniestros por kilómetro recorrido que los más jóvenes. Esta tasa de siniestralidad comienza a aumentar después de los 70 años, y se incrementa más rápidamente después de los 80 años. Muchos conductores saludables y conscientes de sus límites, después de los 70, comienzan a restringir su conducción nocturna, durante las horas pico, o con mal tiempo. Pero hay otros que padecen afecciones médicas (por ejemplo, deterioros cognitivos graves, trastornos cerebro-vasculares, degeneración macular y otros trastornos oculares, etc), que no registran sus limitaciones, y se niegan a dejar de conducir. Además, todos los conductores de edad avanzada, resultan más vulnerables en caso de resultar heridos en un siniestro y tienen mayor porcentaje de mortalidad que los más jóvenes, debido a la fragilidad física y a la presencia de uno o más problemas de salud. Muchas veces los conductores, conscientes de sus limitaciones físicas, reducen o deciden dejar la conducción a determinada edad, pero en los casos de aquellos que están visiblemente disminuidos en sus capacidades mentales y físicas, resulta importante que su entorno más cercano los ayude a tomar la decisión para la protección de ellos mismos y de los demás. En conclusión, la edad no es por sí misma un parámetro que pueda definir si un conductor está capacitado para conducir, pero resulta importante que los profesionales de la salud alerten a los pacientes o a sus familiares si estos padecen trastornos que puedan afectar sus capacidades y poner en riesgo su vida o la de los demás. Y que los centros de otorgamiento de licencia de conducir evalúen y deriven a especialistas a los conductores ante la duda de algún impedimento grave para conducir.